La verdadera solidaridad es aquella que está llamada a impulsar los verdaderos vientos de cambio que favorecen el desarrollo de los individuos y las naciones. Esta acción está fundada en la igualdad universal que une a todos los hombres y mujeres. Asumir una actitud solidaria es entregar el corazón a los otros sin importar su sexo, color de piel, ideología o partido político.
La solidaridad nace del ser humano y se dirige esencialmente al ser humano. El gesto más noble que un ser humano puede tener hacia los demás es la solidaridad. Entregarse a la causa del otro a cambio de nada es algo extraordinario que bien pudiera esta sociedad cultivar por doquier. Que viva la solidaridad
La solidaridad trasciende a todas las fronteras: políticas, religiosas, territoriales y culturales, para llegar al ser humano de carne y hueso que todos somos y hacer sentir en nuestro interior como si la familia o toda la humanidad fuera una “familia”. Porque soy humano, nada humano me es ageno. Todo cuanto acontece a un conglomerado social, no importa la distancia a que esté de mi, yo lo siento y reacciono en torno a ello.
La solidaridad implica afecto: la fidelidad del amigo, la comprensión del maltratado, el apoyo al perseguido, la apuesta por causas impopulares o perdidas, todo eso puede no constituir propiamente un deber de justicia, pero si es un deber de solidaridad. La solidaridad es el acto humano que demuestra el mayor evance en la escala evolutiva del ser humano, como ser social.
La solidaridad es un sentimiento que determina u orienta el modo de ver y acercarse a la realidad humana y social, condiciona su perspectiva y horizonte. Supone ver las cosas y a los otros con los ojos del corazón, mirar de otra manera. Conlleva un sentimiento de fraternidad, de sentir, de preocuparse por la causa de los otros. Es algo hermoso que ojalá a todos nos pasara con mucha frecuencia.
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