Golpear, castigar,
humillar o ridiculizar a un niño, es ya una cultura enraizada en la familia
dominicana y lo hace con la más sana intención. Lo hace buscando siempre lo
mejor para sus hijos y demás dependientes. Pone en práctica una cultura
heredada de un legado histórico diseñado para reproducirse en cada acción.
Cuando revisamos la
historia dominicana, nos damos cuenta que venimos de un pasado promotor de la
violencia, el engaño, la imposición, la trampa y la traición. Las generaciones
que habitamos hoy nuestro querido terruño, padecimos, vimos o participamos en
miles y miles de acciones que generan violencia desde el vientre de nuestras
madres.
Dictadores, tiranos,
autócratas, mandones y machistas son algunas de las características del
liderazgo que le ha correspondido conducir los destinos de la patria
dominicana. A falta de argumentos, ha escogido la violencia y el terror como
método de control de su liderazgo y poder.
Desde las instituciones
religiosas y civiles, hasta las oficiales y militares, la ausencia de
democracia, participación y posiciones críticas, ha sido la norma impuesta. La
cultura del jefe autoritario que le gusta ser alagado y adulado es la nota
común en este país.
Los jefes de familia,
de organizaciones sociales o instituciones, una vez asumen el puesto, se
convierten en faraones convencidos que si no actúan con métodos drásticos y
violentos, no lograrán jamás ser respetados por los demás. Y de esta manera,
todos aquellos que tengan la gallardía de asumir una postura crítica, rebelde o
contraria a los dictámenes del faraón, recibirá el castigo ejemplar para que
los demás nunca lo imiten. Lo acorralan, le niegan las oportunidades, lo
discriminan y lo humillan, para que asuma la sumisión al jefe o termina
amargado y frustrado.
Lo que hacen los padres
ante sus hijos, es lo que hacen los jefes ante sus subalternos y así sigue la
cadena de humillaciones. El que sigue en el orden jerárquico descendente, va
descargando su impotencia en los que dirige y finalmente la sociedad entera
está envuelta en una cultura violenta que genera crímenes, riñas, conflictos,
delincuencia, suicidios, terror y frustración.
La tarea actual es
luchar para romper con ese orden jurídico-político que envuelve nuestra
sociedad en la violencia.
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